Gárgolas insomnes

Agosto 3 de 2006

Llegué al parque donde hago ejercicio todas las noches, y un chavo que se prostituye vestido de mujer en la avenida caminaba hacia mí, echando cacayacas. Detrás suyo estaba un taxi estacionado en doble fila con las luces prendidas. Me dirigí a las barras para que nuestra indiferencia hasta entonces mutua siguiera siéndolo, pero la vestida tomó la misma dirección. "¿Tienes un cigarro que me regales?", preguntó a mis espaldas. "No tengo", respondí sin mirarlo. "¡Ese pinche viejo!", espetó.

-¿Cuál viejo?

-Ese viejo del taxi, manito, nomás me manoseó y todavía quería más por veinte pesos, ¿tú crees?, ¡pinche prángana, muerto de hambre!, ya está bien anciano, hasta nietos tiene y ahí anda de caliente el cochino, además está borrachísimo, apesta a puro alcohol... por eso, que le quito las llaves, "y hazle como quieras", le digo, pero se las devolví pa' que se fuera, "lárgate, ándale, pinche muerto de hambre", y todavía me amenaza, "no quiero volver a verte por aquí", me dice, "pobre de ti si te encuentro", ¡ah, chingá!, ¿y a ti qué te importa?, pinche viejo depravado, míralo, ahí viene otra vez el idiota, pero no se detiene porque me ve platicando contigo, como que te tiene miedo, ojalá se lo madrearan, yo sí le sorrajo la cara de un madrazo, le echo a la patrulla, ¡a los judiciales!, esos son más cabrones, antes nomás nos chingaban, a cada rato había razzias, nos madreaban, nos quitaban el dinero y, si protestábamos, al bote íbamos a parar, pero ahora tenemos a los derechos humanos que nos defienden, y la policía se va sobre los clientes... Bueno, manito, ya me voy para que hagas tu ejercicio. Mejor te dejo porque si no... ¡ay!, ¡no se te va una!, ¿verdad? ¡Adiós!

-Hasta luego.

[] Iván Rincón 4:45 AM

Julio 24 de 2006

En tiempos de canallas hay que ver mucho cine. Por eso, en estos días, he visto Un mundo maravilloso, de Luis Estrada, El creyente, de Henry Bean, La historia de Marie y Julien, de Jacques Rivette, Romance criminal, de Michele Placido, 1973, de Antonino Isordia, La Sra. Henderson presenta, de Stephen Frears, y Smoking room, de Roger Gual y Julio D. Wallovits, entre otras. Se trata de cintas al menos interesantes en todos los casos, por lo que apena verlas en la Cineteca Nacional (Ver Hijas de su madre, las Buenrostro, de Busi Cortés, en cambio, es una pena donde sea).

Durante la pasada Muestra Internacional de Cine, llegué a la amarga conclusión de que, por su cercanía, la Cineteca está bien para conocer allí todas las películas que se pueda y, cuando alguna valga la pena, hay que verla de nuevo en cualquier otro lugar. Pero, ¿mientras tanto?

Este miércoles vi La historia de Marie y Julien. Intenté verla el martes, pero media hora antes de la función ya no había boletos. La sala tres, en donde se exhibía originalmente, estaba en "remodelación" de última hora; pasaron la película a la sala siete, que es diminuta, y los boletos se agotaron rápidamente, por lo que yo, después de haber organizado mis actividades del día en función de la función, tuve que regresar el miércoles. Y el miércoles, otra vez a última hora, cambiaron la cinta de sala.

Al principio de la película (que dura dos horas y media), los flancos de la pantalla hicieron corto circuito y algunos espectadores comenzaron a chiflar. Entonces la cinta se hizo oscura y muda. Luego volvió a tener sonido, pero siguió siendo oscura, como suele ser el cine en ese lugar. Después, la imagen se hizo más grande que la pantalla y los subtítulos quedaron mitad dentro y mitad fuera, por lo que algunos espectadores volvieron a chiflar. Los flancos de la pantalla hicieron corto de nuevo y todos los trastornos se repitieron, ahora con la proyección de una gran sombra (el cácaro) en la pared derecha de la sala. El final de la cinta fue mudo y, a la salida, el público parecía muy divertido con dos horas y media de fallas. Nadie reclamó ni, mucho menos, exigió la devolución de su dinero... ni siquiera yo.

El domingo anterior vi Romance criminal. Compré mi boleto con quince minutos de anticipación, pero tuve que hacer cola durante media hora para entrar a la sala dos. Cuando me senté, el público todavía no terminaba de entrar, pero la película ya había empezado. Vertiginosa y violenta de por sí, además le faltaban fotogramas.

En la misma sala, durante el ciclo de Pier Paolo Pasolini, a principios de este año, tuvimos que hacer cola durante cuarenta minutos y después tolerar que en la entrada hubiera cinco personas haciéndose bolas con la dificilísima tarea de recoger los boletos, y que, además del retraso en la proyección de la cinta, nos recetaran diez minutos de anuncios comerciales y del gobierno, algo hasta entonces inconcebible.

Nunca, en ningún caso, alguien ofrece disculpas o explicaciones, ni nada por el estilo. Carajo. Si existen seres capaces de crear obras de arte geniales, ¿es mucho pedir que podamos verlas sin problemas?, ¿es mucho esperar que alguien las exhiba sin cometer estupideces?

Aquí las películas se proyectan siempre opacas, tanto como sea posible, mientras uno pueda inteligir lo que sucede; algunas cintas están cortadas y se pierde la correspondencia entre el sonido y la imagen; cambia de amplitud la proyección y los subtítulos quedan fuera de la pantalla... Y el público, al parecer, como si nada. Nadie se queja y, en consecuencia, la cineteca sigue empeorando sin preocupación alguna, como si los responsables de toda esta basura supieran que público nunca falta. Quizás lo que falta es una forma de canalizar las quejas. Quizás lo que falta es el incendio de una sala llena de gente para que alguien se queje.

El año pasado, por ejemplo, en el estreno de Rosario Tijeras, que es una pendejada de película, se presentaron el director y la actriz principal, que son un par de pendejos, así como un grupito de yuppies igual de amanerados, para platicar con el público o, más bien, para escuchar sus loas de idiotas impresionables. Todos los que tomaron el micrófono estaban seducidos por el vacío argumental, la imitación del estilo gringo y las tetas de silicón. Ahora está de nuevo en cartelera la pendejada esa, junto con Los productores y Una película de huevos, lo cual no me sorprende, pues el año pasado concluyó con Cero y van cuatro, o como se llame aquel bodrio infame con actores de televisa, dinero de televisa y valores de televisa, algo explicable en el multicinema de Coyoacán, con el que parece competir la Cineteca. Lo que no entiendo es por qué no exhibieron también Los cuatro fantásticos y La niñera a prueba de balas.

Nunca faltará público en la Cineteca Nacional, sobre todo el que deja prendido su celular y lo contesta con singular chiorchia, comenta en voz alta su estúpida impertinencia, se ríe a carcajadas hasta del descuartizamiento de niños, salta sobre su asiento, patea el de enfrente y señala con la mano la pantalla. Ese es el tipo de público que busca la Cineteca Nacional, para que no se queje, para que no critique, para que se trague lo que le den y esté contento y regrese. Pero en el baño principal hay una cámara para que no se robe las llaves del agua, que son seis y solo sirve una. Y en el resto de los baños hay llaves automáticas, para que nadie las deje abiertas, llaves que tiran el agua mejor cuando uno termina de lavarse, y la sigue tirando cuando uno se seca, y la deja de tirar cuando uno sale huyendo del penetrante olor a orines. Las taquillas también se "modernizaron". Ahora tienen micrófonos y bocinas en ambos lados del vidrio. Y el piso de la plazoleta es más "moderno" que el di antis, que tenía nombres escritos de gente que en su casa la conocen. Subieron los precios, tanto en la taquilla como en la cafetería, y la librería sigue siendo la más cara de la ciudad. Todo está bien chiro aquí, me cae. Cada vez se parece más al Manacar.

[] Iván Rincón 5:57 AM

Julio 11 de 2006

Cuando Raúl Trejo Delarbre dijo en un programa de Radio Educación que no había fraude electoral y que, por el contrario, el IFE era total transparencia y que la actuación de Luis Carlos Ugalde era "impecable" y que lo felicitaba, todo en un tono de suficiencia nauseabundo, recordé una curiosa coincidencia. En los años setenta, Raúl Trejo y 48 personas más tenían un membrete conocido por sus siglas como MAP (Movimiento de Acción Popular), por el cual eran llamados mapaches, como se les decía también a los ladrones de votos, a los operadores de los fraudes y las farsas electorales en tiempos del PRI; tiempos que dejaron de serlo con la "ciudadanización" del IFE, cuando el consejo general de ese instituto era presidido por José Woldenberg, que también formó parte del antiguo MAP o "la mapachada", como la denominó Imanol Ordorica.

En 1992 le pedí su firma a Daniel Cazés, entre otros, para protestar por la desaparición de Radio RIN, y Cazés me propuso que protestáramos también por haberle dado el Canal 22 a "los jóvenes del MAP", lo cual me hizo reír mucho, pero nunca imaginé que lo escribiría 14 años después. Radio RIN pasó al olvido y el Canal 22 ha cedido lentamente a la expansión de Televisa, en donde se mueve a sus anchas otro mapache, que es Rolando Cordera.

Si algo ha caracterizado a "los jóvenes del MAP", desde su identificación con la causa de la traición al movimiento estudiantil de 1968, es la facilidad con que se mimetizan entre la intelectualidad de "izquierda" y forman parte del poder (gobierno y medios de comunicación). Quizás Trejo Delarbre vislumbra la posibilidad de presidir el consejo general del IFE, ahora que la ignominia está de moda y los algoritmos pretenden ser menos burdos que la Operación Tamal y el Ratón Loco, al cabo en este país todos estamos ciegos o somos retrasados mentales.

La negra historia del MAP tiene casi mi edad, si nos remontamos a sus antecedentes, pero todavía no falta quien considere a Raúl Trejo como la máxima autoridad en México para hablar de medios de comunicación, por lo menos en Radio Educación, sobre todo en Radio Educación. Fuera de allí, sabemos que los doctorados y los libros publicados y los premios nacionales, no hacen menos estúpidos a los imbéciles ni menos tibios a los cobardes ni menos deshonestos a los criminales. Si realmente algo cambiara en este país, el IFE desaparecería y Ugalde terminaría en la cárcel... Y Trejo Delarbre seguiría presentándose en Radio Educación, como si nada.

[] Iván Rincón 11:51 PM

Julio 5 de 2006

Vaya que me hicieron pasar un mal rato con su intentona golpista esos hijos de la chingada. Por un momento pensé que estaba consumado el fraude cibernético y mediático, que habíamos retrocedido a 1988 y tendríamos que salir a las calles una y otra vez, incluso los que no votamos, para expresar nuestro ¡repudio total al fraude electoral!, como hace 18 años. Supuse que, a pesar de las multitudinarias protestas, padeceríamos seis años más de la pesadilla iniciada con el "gobierno del cambio" y que el arribo de Fox y sus amigos al Poder Ejecutivo en 2000 había sido una alternancia de dictaduras. Por un momento pensé que la clave azul o el algoritmo Hildebrando en el Instituto del Fraude Electoral (IFE), gracias a la complicidad mediática, era la modernización o sofisticación tecnológica de una tradición característica del viejo régimen, a saber, la de realizar cada sexenio una farsa electoral, un simulacro ciudadano, para "legitimar" una decisión de Estado. Por fortuna, me equivoqué. Personalmente, durante 75 horas, viví un momento de gran tensión y hasta me enfermé del estómago. Pero ya pasó. ¡Piuf! Hay que seguir escribiendo sobre Serrat.

-Es que "nuestra democracia" está en pañales.

-Claro, claro, y por eso huele a mierda.

[] Iván Rincón 11:01 PM